En el Antiguo Testamento, los israelitas fueron salvos mediante la sangre del cordero de la Pascua. Esta historia muestra que hoy en día los que tengan la sangre de Jesús, que vino como el Cordero de la Pascua, pueden ser salvos, y los que no tengan su sangre, recibirán los desastres.
Si participamos en la preciosa ceremonia de la comunión de la Pascua comiendo la carne de Dios y bebiendo su sangre, los desastres pasan por encima de nosotros porque Dios está en nosotros. Además, podemos ser sellados como hijos de Dios Padre y Dios Madre.
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” Romanos 8:16
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. […] El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.” Juan 6:54-56
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